domingo, 22 de diciembre de 2013

Siempre me gustaron las montañas rusas, aunque sin duda, la tuya debe ser mi favorita. 
Vuelta otra vez a este tormento de sentir que estás en lo más alto de la montaña, antes de esa bajada que tanto miedo nos produce a todos desde los vagones, cuando me sonríes; me miras con esos ojos penetrantes que viven en un cuerpo que pide no ser comprendido, mientras ellos desvelan todos tus secretos. O seré yo, tan absorta en ti a estas alturas, que son mi única salida de emergencia para darle un ultimátum más a la esperanza. Y así empieza el trayecto: ya estás dentro y no puedes hacer nada, ya no hay vuelta atrás, tomas el margen de tiempo que te brindan antes de arrancar para pensar. Sin duda estás emocionada, no sabes que te depararán todas esas curvas, subidas y bajadas, aunque también sientes miedo. ¿Quién no lo siente al sumergirse en aventuras de este tipo? ¿Quién no teme al amor y al daño que puede causar? Y arranca. Sin darte cuenta ni tiempo a prepararte. Y todo surge rápido. Te gusta. Te lo pasas bien, es divertido. Pero entonces notas como afloja el ritmo, como le cuesta al vagón subir esa gran pendiente ante tus ojos. Y qué miedo te da saber lo que se esconde detrás. Porque lo sabes. Cualquiera sería capaz de saberlo. Ya sabéis, todo lo que sube baja. Y efectivamente. Sin tiempo a agarrar el freno de mano, ya vas camino abajo en esa bajada que parece que no tenga fin. Aunque, bueno, ojalá el vértigo de las montañas rusas fuese como el del amor. Porque tan sólo bastaría bajarse de ésta para querer volver a subir. Una y otra vez. El miedo pasa a ser algo secundario si se compara con la adrenalina que da estar ahí arriba. 
Así me siento contigo. Sin quererlo, el final que espero es el que acaba siendo, porque igual que me llevas por un par de buenas curvas, o tumbada hacia abajo, el final está ahí, tras el mismo trayecto de siempre. Y aún y así no suena convincente para quitarme la idea de querer volver a subirme al vagón, otra vez.


domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Qué es estar enamorado?

¿Realmente alguien lo sabe? 
En mi opinión, amar o el simple hecho de querer a alguien, no es un sentimiento que se pueda generalizar. Me explico. 
Cada persona tiene una forma de querer única. Algunos amarán virtudes que otros considerarán defectos, o incluso, está quién odiará esos defectos pero los amará o simplemente los aceptará en la persona de la que se enamore. Partiendo de que no todo el mundo busca lo mismo, incluyo que tampoco espera recibir lo mismo. Habrá quiénes se dejen enamorar a través de pequeños detalles, o grandes tal vez, quiénes no esperen nada a cambio de aquello que dan, quiénes esperen demasiado de personas que no estén dispuestas a dar tanto de ellas, y así. Y, si a esto le damos la vuelta, no todos a la hora de amar nos entregamos del mismo modo.
Dicho esto, cómo puedo explicar mi forma de amarte, cuando ni tan si quiera yo misma la entiendo. Porque dime, cómo es posible pasar por alto defectos en ti que de cualquier otro no los aguantaría. Y ya no solo eso, si no seguir sin darles la importancia que se merecen después de tantos años siendo los culpables de todo lo que nos ocurre. Y dime, por qué no soy capaz de fijarme en esos hombres, para la mayoría más guapos que tú, y que a mi en cambio no me entren por los ojos por el recuerdo de tu sonrisa. Odiar que se me acerquen a decirme piropos, que me miren, que me hablen, que coqueteen, porque yo ya te tengo a ti y tan sólo quiero que lo sepan y me dejen. Por qué tan lista con otros y tan ingenua contigo. Por qué es tan fácil decirle que no a cualquiera y preferir morirme antes que decirte que no a ti. Aún sabiendo que volverás a hacerme daño. Porque lo sé antes de que ocurra, pero mi esperanza y el amor que siento por ti me ganan en mi propio terreno. Por qué tener más miedo a sufrir el no tenerte, que a tenerte y que me hagas sufrir. Lo sé, no tiene lógica ninguna estar enamorada de ti, porque de una forma u otra siempre sufro. Lo bueno de ello, es que a la mínima que hagas, soy completamente feliz, más de lo que lo he sido nunca.


Una vez más, aquí estoy, escribiendo, escribiéndote. Total ¿para qué? ¿verdad? Si nunca sabrás nada de todas estas líneas a no ser que yo te hable de ellas. Algo que no entra en mis planes, por cierto. Y entonces, ¿por qué las escribo? Para desahogarme, quizás para deshacerme de todo lo que llevo dentro que me consume poco a poco y cada vez más.
Escribir sacia mi sed. Mi sed de ti. Aunque tan solo sea mientras esté sentada frente al ordenador y luego, al verte, vuelvan mis ganas locas de tenerte, otra vez, y otra, hasta que salga bien. Porque, sí, mi esperanza lleva tú nombre: no importan los errores; ni las lecciones aprendidas; al final, una parte de mi siempre seguirá esperando algo más de ti. Algo que no llega, al fin y al cabo. Pero ¿qué quieres que le haga? No planeé quererte de forma tan sincera y leal. Ni siquiera entraba en mis planes que mi único plan fueses tú. Y ya ves, aquí me tienes, suplicándole al destino que vuelvas cuando no hace ni 24 horas que rompiste, para variar, los trozos casi intactos que quedaban de mi corazón. Debo reconocer, que nunca me ha gustado nombrar al corazón como dueño de todos mis sentimientos. Pues, no es más que un órgano que bombea sangre. No siente, ni sueña, ni sufre. Tan sólo palpita más rápido cuando te ve aparecer o irte. Más bien, diría que es algo así como aquello que llaman alma. Sí, el alma. El alma abarca todas y cada una de las partes del cuerpo y yo te quiero con cada centímetro de éste, y quiero, del mismo modo, cada centímetro del tuyo. Y creo que ésta es la que controla todo aquello que pensamos, la misma que ahora no me deja concentrarme en estudiar, si no en invertir mi tiempo en crear estos párrafos a los que aún no le encuentro sentido. Pero amarte nunca ha tenido sentido. Mírame, siempre me ha costado decirte que te quiero cuando en realidad hace tiempo me dí cuenta que te amaba. Esta historia siempre ha sido así de confusa, quién no la vive no la comprenderá jamás; ni por muchos detalles que de, ni por muchas veces que intente explicar todo lo que ocurre, ni de cómo trate de explicarlo. Porque, al final, tan sólo yo sabré entender la forma en que te quiero y ese afán de tirarme al abismo de tu sonrisa una vez tras otra.